martes, 25 de septiembre de 2007

quién mató a rodolfo


rodolfo da un paso atrás y saca el arma de la profundidad de su cintura///// ya sus pedacitos empiezan a resignarse///// maría victoria se desdobla en un fantasma purísimo///// ciento cincuenta soldados y un tanque no le han pegado el tiro que ella se pega///// rodolfo ve su vida en un retrato que imaginé con dragones cogiendo pájaros y caballos muertos de olvido///// de a poco entramos en esa noche de 1977///// todas las balas que se lo llevan para adentro están atadas a hilos interminables///// basta con saber que nuestras risas entre otras cosas tiran de los hilos de las balas que esa noche matan a rodolfo///// sueña massera con llevárselo vivo///// no sabe soñar///// demás está decirlo pero es mucho más hábil con lo probable que con lo posible///// por ejemplo y sin ir más lejos quedándonos allí frente a los milicos que emboscan a rodolfo///// massera no podrá diferenciar victorias de derrotas esa noche///// más allá de unos cuantos balazos rodolfo está íntegro///// el milico sólo ve un muerto y como tal lo tirará en una tumba inhóspita y anónima///// esa madrugada no encontrará a rodolfo mojado en un pozo recién torturado y chispeante///// massera intuye a la soledad como a una bestia inútil junto a la comida ya servida///// rodolfo da un paso atrás y saca el arma de la profundidad de su cintura///// acaba de cometer un muy premeditado error///// sabe que este gesto basta para que lo cercenen a plomo y sangre por las dudas tira el primer tiro///// si sus cálculos no fallan en un ratito estará muerto y no en millones de ratitos como pretenden otros que no lo quieren lo que él se quiere///// está cansado///// ha andado todo el día paseando papeles por despachos y ministerios por diarios y canales de televisión por descampados por organismos de derechos humanos por zaguanes por editoriales por poemas por cuarteles por comisarías por noches por rayos por bocas por su nieta sola sentada en la cama mientras mamá se mata y no se deja matar y se ha quedado solo///// da un paso atrás///// vuelve///// se ve en una casa grande en un jardín tomando mate y leyendo un libro///// sereno///// callado///// silencioso///// y también prefiere morir


26/ago/o7

declamación en mí (bemol)

entre todas las cosas
fría absoluta imperturbable
altiva decidida triste
presente hermosa femenina
sin banderas ella es toda su bandera
entre todos los universos
los ídolos las torres
los barcos la risa nocturna
los ríos
como una virginal esperanza
avanza la muerte

2/sep/o7

martes, 11 de septiembre de 2007

el dragón de la historia sin fin

traga la copa amatista/licor del olvido le dicen/y entra a las reuniones con el amor como una mínima fabulación del sexo/se asexúa para agosto/todos los años/ya en junio puede vérselo con frío/en whiskerías de malamuerte y zaguanes oscuros/el licor es una piedra rondándole los átomos/pronto un polvo sobre otro lo llenará de tierra/correrá otra vez a los fantasmas culones/un pedo atroz lo poblará de mujeres que no lo han querido/con su patria de desiertos de colores y la roña de su muerte/hará rúas/el licor aquel fermentará en la botella/el sexo volverá al amor/y ya se acerca rodando agosto/
como sucedió a la pólvora/el que inventó la rueda
no sabía del daño que hacía

la nena de axolotl

el sol le ajó en la cara esa pinta sombría
cuando miraba
lo mirado parecía quemar
y no volvías de sus ojos
nunca

era como si la muerte era
como si
un ojo encerrara al otro

y
te chupaba con su seño arisco
con la opacidad de su ojo de canario
cerraba el párpado y chau
andá a saber adónde estabas

era
cómo decirlo
era mirarse al espejito que guarda la mano
y cuando la mano cierra
era así

parpadear una vez
y saltar al otro lado

no volvías de sus ojos
nunca

era como si la muerte te tapara la boca
como si
todos los que estábamos allí no estuviésemos
allá
mirándola

un ojo encerraba al otro

ella
no tenía la culpa de no amarnos
su caballo hablaba de
amores viejos
y huesos de barrilete en el lomo

era


era como si un cuervo
te culpara de haberla querido
cerrando su ala izquierda frente a la cámara
terminando la película

miércoles, 25 de abril de 2007

elegía del bicho violeta y sus triceratops de colores


1
llueve
tu virgencita de plástico ni se enteró

y la poesía tiene eso de ídolo
que me aterra

2
ella no cosecha niños de su llanto
su soledad está pero no está

mil veces se soñó morir
y sin embargo

3
cuenta a la mañana su muerte como si nada
y efectivamente nada

quiero que sea un juego y no quiero que sigamos jugando
no hay magia en tu ausencia
no estás traveseando una escondida en el laberinto de nuncas

sólo te llamo y no atendés<<<<<< 4 como el miedo
<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<ni el ser ni la nada
<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<todo junto

<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<ni una piedra ni un pájaro

<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<existir

5
no creo en la poesía/
la busco borracho en los burdeles/las ochavas/amanezco en su catre/sus alfombras/enroscado en sus jugos/los alcoholes/la niego delante la gente que me ve vestido/literato/la vuelvo a buscar/urgente/la encuentro en mi cuerpo/la inundo/le doy motivos para sentir su asco/la tirito/como amanecer desnudo hasta los restos/la odio/por hacerme de lo que no es/por sus amores prostitutos/que no cogen pero cobran/la mato de muerte de plastilina/fofa/como el que mata a la madre que lo reta/inocente/como un beso entre primos/la mato cuando ya estoy muerto/con miedo/

no creo en la poesía

6<<<<<< no

no puedo estar tán solo



24/abr/o7

lunes, 26 de marzo de 2007

Opúsculo para un Silencio Llorón



No sabía mucho del tiempo, que pasaba, nomás. Y un día se quedó solo, un día que fue el resto de su vida, o sea, el rato aquel. Llegó de la biblioteca y no alcanzó a sacarse los zapatos que ya estaba solo.
Una caía, más o menos en el mismo instante, de un cóndor verdecasco, y despertaba, poco después, en el útero más salado, soñando que su mamá abría las piernas y ella se chorreaba envuelta en una bolsa de plástico. Soñó su muerte, la esperanza no se bancó otra cogida. Y murió.
Una tenue idea roja fue lo primero que de ella escuchó, lo primero que ella dijo. Después, la reunión se disipó entre aplausos y charlatanerías, y sólo esa idea roja se le atrevió al olvido. Cuando le invitó el café, ya llevaba horas hablándole, estaban quietitos, frente a la casa.
Si dijo que sí, fue porque quiso, no importaban la hora o la garúa. Mucho menos la garúa. Tampoco le importó revolcarse con él o aparecer en la facultad desvelada. La garúa seguía, se dio cuenta cuando se alisó el pelo, antes de entrar al aula. Esa tibia sospecha del amor le pareció demasiado cursi para las épocas que corrían, igualmente no fue a la reunión, esa noche, y al otro día llegó a la facultad desvelada, de nuevo.
Salió apurado y dejó el paraguas en la biblioteca, pero sabía que el tiempo pasaba. Cuando dobló por Defensa, le pareció que la lluvia era verde, una cuadra después, que era azul. Hoy podría jurar que aunque no llueve, llueve en rojo. Y va a garuar negro negrísimo, sin que él lo sepa.
Se encontraron en casa, mojados de lluvia y de lejanía, ella traía sus cosas en dos valijas marrones. Una gotera y una amiga no la dejaron dormir, en una especie de sueño que tenía que agarrarse de algo para no ser sólo sueño. La amiga perdida entró y salió mil veces por la gotera. Cuando él le preguntó qué te pasa, ella dijo nada, y se desilusionó de golpe dejando que la amiga se vaya por el agujerito.
Discutieron una noche y, a la mañana siguiente, él salió tempranito. Las llaves de la biblioteca fueron puestas en buenas manos. Él desayunó en el bar de la esquina, un café con tres medialunas y dos vigilantes de alto rango que le hacían preguntas.
Ella armó la valija, una sola, porque pensaba volver.

La mitad inofensiva de la biblioteca siguió funcionando, con él paradito a un costado del mostrador. Le temblaron las sonrisas, hasta que paró de sonreír. Y empezó a dibujarle mosquitas alrededor a un afiche con la cara de Marx que los soldaditos no se habían llevado por respeto a lo desconocido. Por las dudas, se dijo, y quiso templar otra sonrisa. No pudo.
Alguien había pintado una cruz negra en la puerta de casa, ella pintó la puerta de negro. Después la cruz se volvió roja, ella pintó la puerta de rojo. La puerta roja era casi un grito en esa calle, a ella le gustaba así.
La amiga, la de la gotera, no llegó.
Él descolgó el afiche de Marx.

Porque el auto tenía las luces apagadas, sospechó. El tipo le preguntó la hora y ella le respondió dos tiros. Entró al sótano con un susto y una bala casi en el mismo lugar, la bala un poquito más allá, en el brazo izquierdo.
La esperó sentado en el revoltijo, en qué estás metida, gritó. Ella acomodaba las cosas con una mano y llorando, porque no me dejás de joder, gritó. Él la zamarreó del brazo y se enchastró los dedos, qué es esto, gritó. Ella le escupió los zapatos, sangre, gritó.
Esa noche él se sentó junto a la puerta. No van a venir, escuchó. Por qué. Porque llueve.
La amiga y la gotera se la pasaron hinchando toda la madrugada.

Un avioncito de papel, una premonición, cayó a sus pies, ella lo abrió, ZURDITA. Zurda, gritó, parada delante de toda la clase, Zurdita será mi hija. Su gravidez la hacía más digna, hasta la palabra carajo, con la que terminó su defensa, sonó a poema.
Le acarició la pancita, mientras curaba su brazo, vas a tener que parar con toda esa mierda, le dijo. Vos no sos el papá, escuchó, el hombre que me cogí tenía huevos. No seas chiquilina. No seas cagón. Cuidá la boca. Tenés miedo de que me quede muda. Le apretó la herida y ella no se quejó.

Al cabo lo conocía de vista, lo había cruzado un par de veces en la calle y lo creyó presa fácil. Así fue. El pobre pelotudo entró al destacamento con el regalito para el comisario, y voló con el gordo ése hasta el techo.
La felicitaron los camaradas, la besaron los nenes solos, sus mamás ya no iban a parar rayos con las tetas, ni cosa parecida. En realidad, no por ahora.
A su turno, le dio de mamar a una piba del sur, casi muerta casi viva, que murió finalmente, pero sin hambre. Sacaba sus tetas por entre las rejas y daba vida. Cuando la panza ya no le dejó sacar los pechos cascadas, sacó sus manos como fuentes. Un día sacó su mano y no hubo a quién alimentar. Se tomó su leche, con culpa.

Redonda redondez del mundo. Se enteró de la niña por venir, de boca de terceros. Y ahí nomás, se destrabó del horizonte en el primer barco. Entró con lloros y disculpas, y un bolso sin deshacer. Ella lo perdonó y consoló y cacheteó, respectivamente. Él se quería ir a toda costa, a ella sólo un puerto la dejaba bien.
Cuadrada cuadratura del hombre. Había uno de anteojos negros, particularmente electrizante. Ese, el de los besos tiznados, el de los labios en cruz. Ella le pidió sacate los anteojos, mirame, cagón. El tipo no tenía nada que ocultar. Sos un hijo de puta. Matizó la noche ese desperdiciado olor a leche quemada.
En la casa llovía. La amiga miraba por la gotera, lo veía dormir. Parece que soñaba, pero uno nunca sabe.

Se sacudió contra las puertas cerradas. La reunión, un buchón y una puteada, se sucedieron en ella con desorden. Sin refrenar el paso, agachó la cabeza y dale. Por no ensuciar la facultad, andaba desarmada. Igualmente, se tanteó en vano la cintura. Ay, ella y sus poemas desafilados. Tres tipos le cerraron el paso en la esquina, otros tres se acercaban a sus espaldas. Vio el auto estacionado con el baúl abierto y se mareó. Juró después que esa era la boca del infierno. La llave cruz, el matafuegos, la rueda de auxilio, quiso creer en el dios de los otros, pero ahí, toda apretada, no iba a doblarse.

Se quebró. Sólo los huesos.

Ya no tomaba el tren, tampoco caminaba. Se asomaba al palier y esperaba hasta que un taxi doblará en la ochava. Para no decir es allí en la puerta roja, bajaba unas casas antes. Para no perder tiempo, andaba con las llaves en la mano. Para ahuyentar malos pensamientos, dejaba muertas las luces. Para evitarse reproches, se juraba no conocerla. Para no extrañarla, o para extrañarla y nada más, la extrañaba, tanto y tanto, que hasta creía estar haciendo algo por ella.
Jugando al ajedrez en la biblioteca recordó el afiche de Marx. Veía a los peones tan peones, yendo al muere por el rey, que empezó a reírse solo. Al teniente, que jugaba con él, le pareció brillante la tontera y se río largo rato como una hiena. Si hasta sangre coagulada en la levita parecía tener.
Él la vengó, como todo un caballero. Jaque mate.

Era violeta, la lluvia aquella, digo. Era violeta.

Porque resulta que el alma sin cuerpo es un refucilo que la luz no encierra, y resulta que un cuerpo sin alma es un capitán de navío.

Ya le había amado los pies, las manos, las orejas, la vulva hasta el alma, el pelo, un ojo, el otro, el culo espiritual, el otro, le había amado hasta las comas innecesarias al hablar, la mano en el pecho cuando pasaba frente a algún rojo, le había amado las rodillas más puras que la pureza y su boca de promesas como lanzas.
Le amó la ausencia, el muy infeliz.

Ella quería sopa con fideítos y la rascó de las paredes. Después, le pareció que en su estado con una sopita no alcanzaba y rascó un pollo. El pollito la miró y ella le rascó una madre y un padre y una aldea y un camino y. Cuando el milico aquel entró y se topó con esa escena, no pudo resistirse, tan caprichosa es la belleza, y le violó hasta los pajaritos, a la pobre dormida.

La amiga y la gotera que ella había traído consigo se rompieron esa noche. Todo un charco la despertó. Abrazada a la nena pidió que no volviese a amanecer. Sólo consiguió un día nublado.
Apenas clareó un poco, se la sacaron de los brazos y hasta los brazos. Ahí nomás, parada, escupió la placenta. Quería viajar, tomarse el próximo avión al sur, a lo hondo. Gritó con cadenas, con palos, con rayos, con penes, con fuego, gritó. Y tanto gritó, que gritó desmayada.
Se acomodó entre dos cuerpos flacos y les sintió los huesos. Mordió la bolsa para respirar y enseguida se arrepintió. Nunca creyó en él, pero creyó, por eso lo esperaba entre esos huesos, lo esperaba con la nena a upa, y olía el polvo a su alrededor para que nadie tuviera que andar buscando luego. Y la nena a upa no llegaba y ella sacudía los brazos, pero no volaba y él, tampoco.
Él entraba a casa, se sacaba los zapatos y estaba solo. Ahora sí, solo.
Los cuentos que había oído, esos, de los zurdos voladores, le sacaban una risita para despistar a los demás y una lagrimita para despistarse solo. Se sacaba los zapatos y estaba solo. Ahora. Sí solo.
Pataleó desesperada, pero un rayo la partió en dos.
No supo llegar a la costa, porque sólo un puerto la dejaba bien. Hubiese preferido morir a punta de bala en cualquier esquina, desollada en cualquier sótano, fusilada en cualquier pared. Y no. Estaba otra vez en ese útero embolsada, volviendo a putear a su mamá a los quince, yéndose de casa a los diecisiete, pariendo, hoy, a los veintidós. Hasta que el rayo. Hasta que en el útero cerró su ciclo. Y el rayo la partió en dos.
Él, sin zapatos, solo. Ahora. Solo. Sí. Vio entrar a su soledad como un trueno que abre la noche y despierta a los niños, y pensó en su nena, llegada, por venir, pensó en su nena por primera vez y se dio cuenta de que estaba nublado. Despacito subió al techo, con un poco cemento y tierra, y tapó la gotera, para que su nena ausente no se moje. Bajó del techo.
Justito empezó a llover. La casa vacía de fragancias femeninas le pareció imposible. Buscó y buscó, lo que no había buscado. Se sorprendió de no ver la lluvia por la ventana. Un calor de ausencia le secaba los pulmones.
Parado en la mesa intentó llegar a la gotera con sus uñas. Intentó abrir. Traer la tierra que había llevado. Estaba solo. Ahora. Sí.
No llegó a la amiga ni a la gotera.

Estaba. Sí. Sólo, ahora, violeta, pero ahorcado de aire.